PROASSA MAGAZINE Nº53
Corría el año 2012 cuando, por primera vez, desayuné con algo tan rocambolesco como la exigencia a un concesionario de la rúbrica de un acuerdo de confidencialidad, para intervenir en las conversaciones que se iban a iniciar en relación con el contenido de los nuevos contratos de distribución que una marca señera tenía previsto imponer a su red.